Escriban el monólogo de un animal que tiene alas pero no vuela, vive en
el agua, pero no sabe nadar, y está desde la tierra, todo el tiempo, mirando el
cielo.
La esperanza de Melor
Si existió castigo divino, siento que fuimos esclavos
de el.
Sé que los Dioses evitaron todo tipo de contacto.
Estábamos destinados a jamás vernos, nuestros caminos nunca se tendrían que
haber cruzado, pero algunas cosas necesitan ser, quizás sea destino, un
capricho de la vida o el descuido de los Dioses que nos llevaron a esto.
Aún recuerdo su aroma... Yo, la más temible bestia y
ella la creación más pura y hermosa.
No puedo evitar dejar de pensar que hubiera sido de
nosotros si jamás nos hubiésemos cruzado.
¡Es increíble que nos aparten, que nos condenen por
amarnos!, valla uno a saber por qué, quizás porque ella sea pura y hermosa y yo
una simple bestia nacida para servir a los dioses.
Nos castigaron, nos distanciaron, nos obligaron a
olvidarnos que alguna vez nos amamos, que alguna vez nos sentimos vivos con
solo mirarnos.
A mi amada, la condenaron a vagar por el mundo. Ella
al ser tan pura, llena el corazón de la gente, enseñándoles a no rendirse, a
luchar con las encrucijadas del destino, fue así que la llamaron Esperanza.
Yo en cambio, soy esa bestia que vive en las
tinieblas, capaz de amarla y por eso mi castigo, mi condena a vivir en esta
isla rodeada de agua, de la cual no puedo huir. Me he vuelto solitario y
miserable. Se burlan de la bestia que soy, me dieron estas alas las cuales no
levantan vuelo y no me permiten poder nadar, al ser tan pesadas con tan sólo
intentarlo me ahogaría.
Sin embargo, aunque estemos destinados a vivir
separados y me tracen un destino lejos de ella, los dioses nunca podrán
quitarme eso que ella sembró en esta bestia que soy, ese amor puro que me
brinda la esperanza de volverla a encontrar.
Jamás dejare de
contemplar ese cielo, jamás dejare de mirar nuestro cielo, porque sé que en algún
lugar ella lo mira y eso vuelve a unirnos. Porque aunque nuestros cuerpos sean
separados y se trate de negar y ocultar este gran sentimiento, esta historia,
ella renace día a día en mí.
Paula Acevedo,
Vanesa Díaz, Mónica Herrera y Mayra Otegui
Monólogo del monstruo Águila y princesa del mar
Como un
juego, por el secreto temblor que da el pensarlo y el miedo atroz de sentirme
abandonado, busqué durante un tiempo comprenderlo, mas ya no puedo ni soñarlo.
Mis
aletas se sienten atraídas hacia el mar como buscando unirse con su
esencia y mis enormes alas se lo
impiden como en un combate silencioso.
Se ha
dicho por ahí que mi madre era la hija
del rey de los mares y mi padre el amo del cielo con enormes alas de
águila y su presencia altiva de
guerrero.
Yo
ciertamente no puedo asegurarlo por esta desazón que tengo de no conocer a
ninguno. El hechizo celoso de aquel necio me encerró en esta cueva apenas
nacido y me alejó de mis padres para siempre.
¡Se
apiadó de mí el muy malvado, al menos me alimentó con doncellas!
Sigo aquí
deseando surcar el mar de par en par y atravesar el cielo con la majestuosidad
de mis alas, sabiendo que será imposible si esta maldición sigue conmigo.
Quizás
algún día pueda compartir mis penas con un amor o alguien que sólo me haga
olvidar esta inmensa soledad, mientras
tanto miro el cielo con estrellas y su
cálida luna que me alumbran.
Hasta hoy
todos se alejan por la monstruosidad de mi aspecto, pero algún día llegará
alguien que no vea sino lo que tengo dentro.
Siguen
mis noches y mis días… ¿cuándo llegarás amor de mi vida? …
María
Almada, Iris Cáceres, Elena Mansilla, Roxana Ramírez y Melisa Soto
Monólogo
de un animal:
Miro mi reflejo en el
agua, única compañía en esta desierta isla, paso los días hablando conmigo
mismo.
Pobre de mí! Yo, que
tengo alas, no puedo volar, que vivo en el agua no sé nadar, ¿Quién será mi
padre? ¿Mi madre? ¿Quién me engendro?, vivo solo y asustado, mis ojos están
cansados de mirar el cielo buscando libertad, no sé si existirá otra vida, pues
no se otra realidad, es tan agobiante este sufrimiento, que pido a los dioses
con mi mirada al cielo, que me den otra oportunidad, que cada parte que de mi
cuerpo yo la sepa usar. Aquí solo aprendí la desesperación. ¿Quién habrá
dispuesto a mi vida este interminable castigo? ¿Quién trata de encerrarme en
esta inmensa soledad? Si no fuera tan cobarde, acabaría con mi vida y así todo
resultaría más fácil.
Pero hay algo que me
detiene… esa inagotable esperanza que me hizo hasta hoy estar vivo.
Haide Aphalo y Carolina Rodríguez
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