Monólogo del Monstruo 1ero. A

Escriban el monólogo de un animal que tiene alas pero no vuela, vive en el agua, pero no sabe nadar, y está desde la tierra, todo el tiempo, mirando el cielo. 

La esperanza de Melor
Si existió castigo divino, siento que fuimos esclavos de el.
Sé que los Dioses evitaron todo tipo de contacto. Estábamos destinados a jamás vernos, nuestros caminos nunca se tendrían que haber cruzado, pero algunas cosas necesitan ser, quizás sea destino, un capricho de la vida o el descuido de los Dioses que nos llevaron a esto.
Aún recuerdo su aroma... Yo, la más temible bestia y ella la creación más pura y hermosa.
No puedo evitar dejar de pensar que hubiera sido de nosotros si jamás nos hubiésemos cruzado.
¡Es increíble que nos aparten, que nos condenen por amarnos!, valla uno a saber por qué, quizás porque ella sea pura y hermosa y yo una simple bestia nacida para servir a los dioses.
Nos castigaron, nos distanciaron, nos obligaron a olvidarnos que alguna vez nos amamos, que alguna vez nos sentimos vivos con solo mirarnos.
A mi amada, la condenaron a vagar por el mundo. Ella al ser tan pura, llena el corazón de la gente, enseñándoles a no rendirse, a luchar con las encrucijadas del destino, fue así que la llamaron Esperanza.
Yo en cambio, soy esa bestia que vive en las tinieblas, capaz de amarla y por eso mi castigo, mi condena a vivir en esta isla rodeada de agua, de la cual no puedo huir. Me he vuelto solitario y miserable. Se burlan de la bestia que soy, me dieron estas alas las cuales no levantan vuelo y no me permiten poder nadar, al ser tan pesadas con tan sólo intentarlo me ahogaría.
Sin embargo, aunque estemos destinados a vivir separados y me tracen un destino lejos de ella, los dioses nunca podrán quitarme eso que ella sembró en esta bestia que soy, ese amor puro que me brinda la esperanza de volverla a encontrar.
 Jamás dejare de contemplar ese cielo, jamás dejare de mirar nuestro cielo, porque sé que en algún lugar ella lo mira y eso vuelve a unirnos. Porque aunque nuestros cuerpos sean separados y se trate de negar y ocultar este gran sentimiento, esta historia, ella renace día a día en mí.
 Paula Acevedo, Vanesa Díaz, Mónica Herrera y Mayra Otegui
Monólogo del monstruo Águila y princesa del mar
Como un juego, por el secreto temblor que da el pensarlo y el miedo atroz de sentirme abandonado, busqué durante un tiempo comprenderlo, mas ya no puedo ni soñarlo.
Mis aletas se sienten atraídas hacia el mar como buscando unirse con su esencia  y mis enormes alas se lo impiden  como en un combate silencioso.
Se ha dicho por ahí que mi madre era la hija  del rey de los mares y mi padre el amo del cielo con enormes alas de águila  y su presencia altiva de guerrero.
Yo ciertamente no puedo asegurarlo por esta desazón que tengo de no conocer a ninguno. El hechizo celoso de aquel necio me encerró en esta cueva apenas nacido y me alejó de mis padres para siempre.
¡Se apiadó de mí el muy malvado, al menos me alimentó con doncellas!
Sigo aquí deseando surcar el mar de par en par y atravesar el cielo con la majestuosidad de mis alas, sabiendo que será imposible si esta maldición sigue conmigo.
Quizás algún día pueda compartir mis penas con un amor o alguien que sólo me haga olvidar  esta inmensa soledad, mientras tanto miro el cielo con estrellas y  su cálida luna que me alumbran.
Hasta hoy todos se alejan por la monstruosidad de mi aspecto, pero algún día llegará alguien que no vea sino lo que tengo dentro.
Siguen mis noches y mis días… ¿cuándo llegarás amor de mi vida? …
María Almada, Iris Cáceres, Elena Mansilla, Roxana Ramírez y Melisa Soto
Monólogo de un animal:
Miro mi reflejo en el agua, única compañía en esta desierta isla, paso los días hablando conmigo mismo.
Pobre de mí! Yo, que tengo alas, no puedo volar, que vivo en el agua no sé nadar, ¿Quién será mi padre? ¿Mi madre? ¿Quién me engendro?, vivo solo y asustado, mis ojos están cansados de mirar el cielo buscando libertad, no sé si existirá otra vida, pues no se otra realidad, es tan agobiante este sufrimiento, que pido a los dioses con mi mirada al cielo, que me den otra oportunidad, que cada parte que de mi cuerpo yo la sepa usar. Aquí solo aprendí la desesperación. ¿Quién habrá dispuesto a mi vida este interminable castigo? ¿Quién trata de encerrarme en esta inmensa soledad? Si no fuera tan cobarde, acabaría con mi vida y así todo resultaría más fácil.
Pero hay algo que me detiene… esa inagotable esperanza que me hizo hasta hoy estar vivo.
Haide Aphalo y Carolina Rodríguez




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